REPRESIÓN EMOCIONAL
NO QUIERO OCUPARME DE MIS SENTIMIENTOS
La verdad es que muchas personas desean poder amar y sentirse amadas, al mismo tiempo que se mantienen ajenas a lo emocional. Aunque tal vez consideren que "enamorarse" apasionadamente es una experiencia deseable, creen que por principio es necesario mantener controladas las emociones, no ceder a ellas ni permitir "que se apoderen de nosotros". Según esa visión, dejarse llevar por los sentimientos es un signo de debilidad, falta de carácter y/o mala crianza.
La verdad es que muchas personas desean poder amar y sentirse amadas, al mismo tiempo que se mantienen ajenas a lo emocional. Aunque tal vez consideren que "enamorarse" apasionadamente es una experiencia deseable, creen que por principio es necesario mantener controladas las emociones, no ceder a ellas ni permitir "que se apoderen de nosotros". Según esa visión, dejarse llevar por los sentimientos es un signo de debilidad, falta de carácter y/o mala crianza.
Aquellos que
padecen las formas más severas del bloqueo "No quiero ocuparme de mis
sentimientos" se encuadran en términos generales en dos grandes
categorías:
La primera
la forman las personas que no pueden tolerar la intensidad emocional. Los
sentimientos fuertes de cualquier naturaleza les resultan incómodos, aun cuando
sean sentimientos "agradables" como el amor. Se empeñan en
mantener bajo control sus propios sentimientos, asumiendo un aire de calma
imperturbable, y casi siempre también procuran controlar los sentimientos de
los demás, para lo cual utilizan un repertorio convencional: "No te
sientas de ese modo", "Eso no es importante" "Por eso no pasa nada...". Por mucho que deseen sentirse amados,
cuando por fin se les presenta la oportunidad se muestran ansiosos y alterados
y sienten que la experiencia les produce una enorme agitación interior, hasta
el punto de dejarlos aturdidos, confusos, descolocados. “Para ellos, la
perspectiva de pasar por la vida sin amor puede ser menos asustante que vivir
la inquietante experiencia de ser amados”.
Para el
segundo grupo de personas afectadas por este bloqueo, la
cuestión no es cuán intensamente sienten, sino qué sienten. Desean sentir en
forma selectiva, experimentando sólo aquellos sentimientos que consideran
"buenos, agradables, y positivos. No tienen inconveniente en
experimentar estos sentimientos "buenos" con intensidad, siempre que
no experimenten nunca sentimientos "malos", tales como "enojo,
envidia y resentimiento.
Ambas actitudes son
igualmente efectivas para bloquear la receptividad del amor, porque si lo
aceptaran correrían el riesgo de sentirse sacudidas, conmocionadas. Para el
primer grupo, semejante intensidad los excede, son incapaces de absorberla.
Las del segundo
grupo se bloquean para no o aceptar amor porque creen erróneamente que pueden
cerrarse sólo a los "malos" sentimientos. No comprenden que dado que
todos los sentimientos están inextricablemente vinculados, nadie puede suprimir
varios sentimientos "malos" sin perder la capacidad de experimentar
también todos los otros sentimientos, incluidos los "buenos".
No todas las
personas afectadas por el bloqueo "No quiero ocuparme de mis
sentimientos" lo padecen en sus formas graves. Tampoco se encuadran todas
exactamente en una de las dos categorías descritas. El bloqueo puede
manifestarse de formas muy sutiles: personas que no están permanentemente en guardia
contra los sentimientos fuertes, pero que tampoco se sienten del todo
cómodos cuando sienten una emoción con auténtica intensidad. Si se
sorprenden a sí mismos experimentando un sentimiento que consideran
"malo", digamos resentimiento hacia un ser querido, deseo sexual
hacia alguien que no es su pareja, o envidia hacia un amigo, se apresuran a
censurar y reprimir ese sentimiento, diciéndose "No debería sentir los que
siento". Y si experimentan una emoción con gran intensidad, ya sea rabia o
euforia, los invade el temor de que si no la controlan, esa emoción puede
dominarles y hacer que se comparten de un modo tonto e imprudente que luego
lamentarán. No matan la emoción, pero le ponen sordina. “Si bien son capaces de sentir afecto
y amor por los demás, no se permiten amar sin trabas, porque esto implicaría
perder el control”.
Aunque en el plano
intelectual puedan saber que otros los aman profundamente, son incapaces de
experimentar la expansiva calidez interior que logra quien se permite a sí
mismo abrirse de verdad y dejar que el amor de otra persona penetre en lo
más hondo de su ser.
¿Y CON LAS RELACIONES QUÉ?
¿Y CON LAS RELACIONES QUÉ?
El bloqueo "No quiero ocuparme de mis
sentimientos" interfiere en las relaciones de distintas
maneras. Dado que la forma principal en que las personas se vinculan y llegan a
intimar es a través de experiencias y emociones compartidas, a menudo intensas,
quienes se esfuerzan por no mostrar sus sentimientos- o directamente por no
tenerlos - necesariamente se sienten solos, apartados y no amados, aun en medio
de relaciones en apariencia íntimas. La alineación que experimentan respecto de
los demás es el reflejo de la alineación en que se hallan respecto de sus
propias emociones.
Cuando un individuo muestra intolerancia y rechazo y está asustado de
sus propios sentimientos, suelen adoptar la misma actitud hacia los
sentimientos de los demás. De ahí que a veces pueda causar una impresión
de insensibilidad. Aunque se diga a sí mismo que al reprimir sus sentimientos
"negativos" protege a los demás, de hecho, su falta de calidez,
tolerancia y naturalidad emocional lastima a los demás y los aleja.
Otra consecuencia de no asumir los propios sentimientos es la
proyección. Esta situación se da cuando una persona ubica mentalmente
sus sentimientos en otra, imaginando que esta última quien experimenta las
emociones que en realidad es él quien siente. Por ejemplo, una mujer que está
enojada con su marido pero no se permite a si misma admitirlo, se aferrará a la
idea de que es él quien está enojado con ella. O un hombre que se siente
inseguro en una relación puede proyectar sus sentimientos de vulnerabilidad
sobre su pareja, pues en ella le parecen mucho menos amenazantes. "Nos
fuimos a vivir juntos porque ella necesitaba esa cercanía", dirá él, sin
reconocer nunca que él lo necesitaba tanto como ella. La proyección es un
mecanismo habitual en toda clase de relaciones y genera buena parte de los
malentendidos entre las personas.
"NO MEREZCO AMOR"
Una de las simples
verdades de la vida es que una persona no será capaz de aceptar el amor de los
demás si antes no se ama a sí misma. Del mismo modo, una persona no será capaz
de sentir amor por los demás a menos que también se ame a sí misma.
Hay quienes están
tan acostumbrados a verse a sí mismos de determinada manera, que jamás
cuestionan el origen de esa visión, sino que dan por sentado que si sienten
desagrado por su propia persona lo más probable es que hayan nacido con ese
sentimiento y que sin duda es el destino que merecen. Pero, lo cierto es que
nadie llegó al mundo viéndose a sí mismo feo, malo, estúpido o indigno de ser
amado, ni tampoco hermoso, bueno, inteligente o digno de ser amado. En lo que
respecta a creencias acerca de nosotros mismos, todos comenzamos la vida con una
pizarra en blanco, ignorábamos por completo si éramos listos o tontos, valiosos
o despreciables, guapos o feos, incluso si éramos varón o mujer. Todo lo que
sabemos acerca de nosotros mismos, lo hemos ido aprendiendo a medida que
crecimos y adquirimos ideas definidas acerca de quiénes deberíamos ser. Lo
típico es que constantemente comparemos el yo que percibimos con el yo ideal.
Si el primero queda muy debajo del segundo, nuestra autoestima será baja. Es
por ello, que como suelo decir, debemos “pensar despacio”, o sea preguntarnos
el “por qué” de aquello que desconocemos y más aún sobre nosotros mismos.
Quien tiene amor
por sí mismo, en cambio, considera que merece la mejor vida, pero no que se le
debe un tratamiento especial. El narcisista es el que tiene una idea exagerada de su
propio valor y se siente superior a los demás, pero el que se ama a sí mismo tiene
una visión realista de su propia persona y se considera un ser complejo, ni
superior ni inferior a los demás, y que valora a los otros como seres humanos tan complejos como él mismo. Cuando una
persona aprende a amarse más a sí misma se torna más tolerante y deja de
juzgarse y juzgar a los demás conforme a modelos imposibles de alcanzar.
En definitiva, cuando alguien tiene amor por sí mismo, se valora y se preocupa por su
propia persona, se ve a sí mismo como merecedor de compasión,
benevolencia y felicidad. Tiene plena conciencia de sus faltas y errores, pero
en lugar de ver sus imperfecciones como prueba de su falta de méritos y de la
imposibilidad de que lo amen, las ve como pruebas de su condición humana.
'NO NECESITO A NADIE: SOY FUERTE'
En muchos casos, el bloqueo “No quiero ocuparme de mis sentimientos”
coexiste con el bloqueo “No necesito ayuda", es más , se le puede considerar una extensión y manifestación específica de aquel. Las
personas que están incomodas con sus sentimientos en general, lo están en
particular con sus sentimientos de necesidad y dependencia.
Muchas personas que afirman, en esencia; "No necesito a nadie: soy
fuerte", ignoran que esta posición actúa como bloqueo afectivo. Creen que los demás les aman por su fuerza y su autosuficiencia, y
temen que si no fueran tan fuertes, los demás les amarían menos. No advierten que
existe una diferencia entre el amor y la admiración, y que si bien la fuerza y
la autosuficiencia pueden ser admirables, estos rasgos no despiertan afecto en
la mayoría de la gente, o por lo menos no tanto afecto como la franqueza, la
suavidad, el buen humor y la vulnerabilidad. Tampoco advierten que mucha gente
necesita que la necesiten, y por lo tanto una postura de fuerza y
autosuficiencia totales puede apartar a los demás. Así, por ejemplo, una
persona puede levantar un muro tan alto alrededor de sus sentimientos de
dependencia y vulnerabilidad, que queriendo causar la impresión de ser fuerte lo que da es la impresión de frío y soberbio, lo
cual suscita antipatía en mucha gente. En realidad en el trasfondo de ese “no
necesito a nadie” lo que subyace es el miedo, el miedo a ser vulnerable, el
miedo a poder resultar herido/a otra vez. Si no invierto nunca, tampoco pierdo nunca.
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