MODERNIDAD LÍQUIDA

Hace ahora un año que murió el filósofo y ensayista Zigmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias a la Humanidades 2010. Bauman es quien introdujo la idea de “modernidad líquida” para describir la era actual como una continuidad caótica de la Modernidad. Escribió sobre sus consecuencias en los individuos, concretamente del aumento de los sentimientos de incertidumbre y  de ambivalencia.
 “Nos hemos acostumbrado a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las relaciones con la gente. Y con la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre”-dice Bauman-.
El resultado es una mentalidad con énfasis en el cambio más que en la permanencia, en el compromiso provisional más que permanente o "sólido", que puede dirigir a la persona hacia la prisión de su propia creación existencial. La era actual es la era del “vacío emocional”
En el planteamiento de Bauman, la búsqueda de la identidad es la tarea y la responsabilidad vital del sujeto. Bauman plantea que en la modernidad líquida las identidades son semejantes a una costra volcánica que se endurece, vuelve a fundirse y cambia constantemente de forma. El autor plantea que estas parecen estables desde un punto de vista externo, pero que al ser miradas por el propio sujeto aparece la fragilidad y el desgarro constante.
Según él, en la modernidad líquida el único valor es la necesidad de hacerse con una identidad flexible y versátil que haga frente a las distintas mutaciones que el sujeto ha de enfrentar a lo largo de su vida. La identidad se configura como una autoresponsabilidad que busca la autonomía del resto y la constante autorrealización.  Lo que ocurre es que está abocada a la constante inconclusión debido a la falta de un propósito estable en el tiempo.
Entiende que la felicidad se ha transformado y ya no es  aspiración para el conjunto del género humano, sino un deseo individual. Y en una búsqueda activa más que en una circunstancia estable, porque si la felicidad puede ser un estado, solo puede ser un estado de excitación espoleado por la insatisfacción.
De todo ello se deriva que vivimos en una época dónde nuestra vida es camaleónica, cambiando de pelaje constantemente, pero que además tenemos que andar ligeros de equipaje porque lo que hoy “nos sirve” mañana ya no.
Absolutamente todo está sometido a esta fragilidad, a esta “liquidez”. Tu vida profesional, la clase social a la que perteneces, tus convicciones políticas, tu familia, tus amigos, tus relaciones de pareja…

Y toda esta fragilidad solo puede sostenerse por una sociedad dónde el culto a la “personalidad, es la clave, el individualismo, el ámate a ti mismo como única vía de “salvación” (léase autorrealización). De ahí que cada día reconozcamos más egocentrismo en nuestra sociedad, por no decir que cada vez más observamos un narcicismo galopante.

De hecho estamos en la era en que hasta las marcas de hierbas para hacer infusiones te invitan a la egolatría con eslóganes como: "Practica el Yoísmo". ¡Puaj!

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